Por buena que sea la guardería la temporada de mocos y fiebre ha comenzado. Las lluvias, el frío, los pantalones largos y los calcetines, el marrón tiñendo los antaño verdes arbolitos de la calle. Cat está desconcertado: tras vivir un verano eterno llegan los días en los que no sabes si es de día o de noche y por primera vez alguien le despierta para vestirle, cambiarle o darle de comer, porque es la hora de ir a algún lugar.
Es tiempo de leer sus avances en las páginas de una agenda de tapas amarillas, con comentarios surrealistas y escatológicos, y tal vez más faltas de las deseables, aunque si estamos atentos el tiempo que nos queda podemos descubrir que las perlas las guarda para nosotros si estás mirando: hoy ha alargado sus brazos hacia mí para pedirme que le cogiera, por primera vez, inequívocamente. Hoy ha expresado su primer deseo de preferencia que no es comer, dormir, sentir dolor... Hoy ha elegido extender sus bracitos para pedir algo, y ese algo he sido yo. No puedo describir la belleza de ese momento, de este regalo que no podía venir en mejor momento, porque su madre necesita más que nada sentir que lo hecho bien hecho está, y que ha merecido la pena.
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